Hay quien dice que la bulería es el palo más difícil del flamenco. Y hay quien dice que no lo entiende. La buena noticia es que, en ambos casos, tienen razón.

La bulería no pide permiso. Entra a compás, golpea con gracia, se retuerce, se ríe y se va. Es rápida, eléctrica, algo insolente. Como ese primo que llega tarde a la boda y, sin saber cómo, termina bailando con la abuela, el catering y el cura si le apuras.

De origen incierto —como todo lo que merece respeto—, se asocia habitualmente a la noble ciudad de Jerez, aunque se ha extendido por todo el mapa flamenco. ¿Antonio Rey? Como buen jerezano la lleva en la sangre. Y en los dedos. Pero no vamos a hablar aquí de bulerías de barrio ni de etiquetas. Esto va de entender lo que suena sin tener que buscar subtítulos.

🎯 ¿Cómo reconocer una bulería sin morir en el intento?

  • Va en compás de 12 tiempos. Pero olvidaros de contarlos como si fueran pasos de aeróbic. Mejor sentid el pulso, la caída, ese vaivén que te obliga a mover la cabeza aunque no sepas por qué.

  • Suena viva, picada, juguetona. Las letras son breves, a veces improvisadas, casi como chistes lanzados al compás.

  • La guitarra la lleva por bandera. Aquí Antonio Rey se mueve como en casa: remata, corta el aire y te saca un olé a traición, sin avisar.

📝 Curiosidades

  • Se cree que surgió como final festero de otros cantes, una especie de «vamos a rematar esto bien».

  • El nombre podría venir de «burlería» (burla), y francamente, tiene sentido.

  • Hay quien la llama el “rock del flamenco”, y no les falta razón: velocidad, ritmo, libertad.

Pero quien mejor la ilustra es Antonio Rey, sin lugar a dudas:

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